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David expresó
en un salmo que él oraba a Dios tres veces al día (Sal. 55:17). Pero en otro
salmo, él dijo que alababa a Dios siete veces al día (119:164). Fue por
inspiración del Espíritu Santo que David reconoció la importancia de la
alabanza. Él oraba tres veces al día, pero alababa siete veces al día. Además,
él designó a algunos levitas para que tocaran salterios y arpas a fin de
exaltar, agradecer y alabar a Jehová, delante del arca del pacto (1 Cr.
16:4-6). Cuando Salomón concluyó con la edificación del templo de Jehová, los
sacerdotes llevaron el arca del pacto al interior del Lugar Santísimo. Al salir
los sacerdotes del Lugar Santo, los levitas situados junto al altar tocaban
trompetas y cantaban, acompañados de címbalos, salterios y arpas. Todos juntos
entonaban cantos de alabanza a Jehová. Fue en ese preciso momento que la gloria
de Jehová llenó Su casa (2 Cr. 5:12-14). Tanto David como Salomón fueron
personas que conmovieron el corazón de Jehová al ofrecerle sacrificios de
alabanza que fueron de Su agrado. Jehová está sentado en el trono entre las
alabanzas de Israel. Nosotros debemos alabar al Señor toda nuestra vida.
Debemos entonar cantos de alabanza a nuestro Dios.
No sólo
debemos ofrecer oraciones a Dios, sino que es menester que aprendamos a
alabarle. Es necesario que desde el inicio de nuestra vida cristiana entendamos
cuál es el significado de la alabanza. Debemos alabar a Dios incesantemente.
David recibió gracia de Dios para alabarle siete veces al día. Alabar a Dios
cada día es un buen ejercicio, una muy buena lección y una excelente práctica
espiritual. Debemos aprender a alabarle al levantarnos de madrugada, al
enfrentar algún problema, al estar en una reunión o al estar a solas. Debemos
alabar a Dios al menos siete veces al día; no dejemos que David nos supere al
respecto. Si no aprendemos a alabar a Dios cada día, difícilmente
participaremos del sacrificio de alabanza al cual se refiere Hebreos 13.
En ese
momento, nuestra alabanza viene a ser un sacrificio de alabanza. Esta alabanza equivale
a sacrificar nuestro becerro gordo. Equivale a poner lo que más amamos, nuestro
Isaac, en el altar. Así, al alabar con lágrimas en los ojos, elevamos a Dios lo
que constituye un sacrificio de alabanza. ¿En qué consiste una ofrenda? Una
ofrenda implica heridas, muerte, pérdida y sacrificio. En presencia de Dios,
uno ha sido herido y sacrificado. Delante de Dios, uno ha sufrido pérdida y ha
muerto. Sin embargo, uno reconoce que el trono de Dios permanece firme en los
cielos y no puede ser conmovido; y, entonces, uno no puede dejar de alabar a
Dios. En esto consiste el sacrificio de alabanza. Dios desea que Sus hijos le
alaben en todo orden de cosas y en medio de cualquier circunstancia.
por:
Pastora Indira de Sierra
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